La calle habla.

La calle, como espacio de relaciones, de encuentros y despedidas, de juegos y quedadas, se fue convirtiendo en un desierto humano, donde los coches invadieron casi todo, donde las aceras se achicaron y los árboles se sustituyeron por farolas.
Pero ahora queremos recuperar el espacio de encuentro para la ciudadanía, el espacio cívico que conforman las avenidas, el asfalto, las plazas y los parques. Es el momento. Es la manera de recuperar los huecos que han dejado una gestión desenfrenada, sin objetivos claros, basada en la subvención y en el capricho, en el centralismo.
Poner el arte en la calle, a los pies del viandante, es un ejemplo de ello. Es acercar los procesos artísticos al ciudadano. Es la democratización del arte, la puesta en escena de una manera de entender la gestión cultural, alejada de los despachos y las programaciones en los circuitos habituales. Es la humanización del producto cultural, donde dejamos de ser agentes pasivos y nos convertimos en productores vitales de las obras, para hacer que estas cobren un nuevo valor cada vez que nuevas miradas deciden pararse por unos minutos a escuchar, mirar, moverse… en definitiva, a participar.